Wednesday, March 9

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Estás completamente en blanco. O no. No lo sabes. A lo mejor es que es tan grande el vacío que sientes que realmente ya no te queda nada. Sólo sabes que está frío, que comienza a caer lo único que te queda, lágrimas. Entonces es ya cuando no sientes nada. Es tan imposible el hecho de poder alejarte de todo que en vez de buscar la salida te encierras aún más en lo mismo. Y sigues pensando en eso: nada. Sólo desaparecer. Cómo si fuese tan fácil, como si nunca hubiese algo que no te dejase. Es tan malo no ser nada. Mirarte al espejo y llorar. Comienzas a temblar, te sientes helado, te duele el alma, pierdes la respiración y sólo llegas a... ¿nada? Huh. Suspiras. Sigues llorando. Y ya es cuando empiezas a pensar en algo, y te preguntas ¿para qué? Lo odias todo. Te da igual, hm, todo. Te odias. ¿Realmente vale la pena? Pero eso qué importa, si ni siquiera tú vales algo. Haces un segundo intento por pensar en algo. Pero te duele todo tanto, que lo único que se te ocurre es buscar alguna manera de que el dolor trascienda. Y de verlo todo negro y frío, de la nada, aparece el rojo. El que te tranquiliza. Decides ir a buscarlo... y lo encuentras. Y tu respiración vuelve a ser constante, las lágrimas se convierten en rabia, te sigues odiando pero no te importa, porque sabes que pronto acabará todo. O al menos eso es lo único que eres capaz de pensar, y te calmas. Y esto es algo que se repite día a día, cada noche. Al final, sigues viendo la luz del sol por la mañana, vuelves a sentir el asco del día anterior, y te das cuenta de que todo ha servido para nada. 

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